Hace poco han muerto las últimas personas que conocieron a Rainer Maria Rilke - el pintor Balthus, en febrero de 2001; su hermano el escritor Pierre Klossowski en agosto; la poeta Erika Mitterer, en octubre... -, y nadie puede ya recordar la presencia silenciosa y extremadamente cortés de aquel poeta menudo de ojos claros, que sin patria ni domicilio recorrió Europa en las primeras décadas del siglo xx. Ya sólo queda su obra, aunque eso sí, una obra marcadamente personal, no sólo por el rastro minucioso que suponen las siete mil cartas que escribió, sino porque era un poeta lírico, y la materia poética la extrajo de su mundo interior. Para Rilke, esa era la única realidad. Cada hombre lleva en sí mismo el espacio interior del mundo - Weltinnenraum - : las cosas se hacen verdaderamente reales cuando el hombre las incorpora a su interior, porque entonces quedan a salvo de la fugacidad y la caducidad.
Las cosas mismas reclaman esa incorporación que las salva
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... esas cosas que viven alejándose (...)
Quierem que las transformemos del todo en el corazón invisible,
en nosotros, infinitamente.
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La tarea principal del hombre consiste en transformar las cosas visibles en invisibles. La tarea del poeta es la misma, pero de un modo más grande, con columnas y estatuas: es decir, con los instrumentos del arte. Esa tarea de transformación - la común e la artística - exige esfuerzo, y un esfuerzo apasionado.
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Antonio Pau, introducción a Cuarenta y nueve poemas, Madrid, 2008
1 comentário:
Se as coisas só são verdadeiramente reais quando são interiorizadas, vale a pena tentá-lo. Parece-me uma muito interessante conclusão, cheia de força e de sentido.
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